Las emociones ocultas tras los suicidios por deshaucio

En los últimos días nos estamos levantando cada mañana con la noticia de que una persona se ha suicidado. Hoy es la quinta víctima. La causa, el desahucio de su vivienda.

Asociamos vivienda a cobijo. Nuestra casa es el lugar seguro que aparentemente nadie puede quitarnos. Por muchos problemas que tengamos, llegar a casa y poder acostarnos en nuestra cama es sinónimo de estar a salvo. Por hoy ya nada puede pasarnos, y ya al día siguiente vendrá lo que tenga que venir.

Pero hay algo más, también la vivienda significa lo que hemos logrado en la vida. Supone un status, al igual que otros bienes, y por eso en muchos casos, las personas callan a los familiares, amigos y vecinos el inminente desahucio. En estos casos, la vergüenza social que supone ser desposeídos de su vivienda pesa tanto en la imagen de las personas que les conduce a ocultar sus sentimientos de desamparo y angustia.

La incertidumbre acumulada, unos planes de futuro hechos pedazos y el no contar con ayuda por el propio aislamiento, conforman un panorama donde el suicidio parece la única salida. ¿Cómo podemos llegar a pensar que nuestra vida no merece la pena porque nos dejan sin techo? Porque llevamos toda la vida valorándonos por lo que tenemos y no por lo que somos.

Cuando perdemos el trabajo o estamos a punto de perder la vivienda nos damos cuenta hasta que punto nos identificamos con nuestros bienes y con lo que somos socialmente (trabajo). Descubrimos que más allá de esta sensación de seguridad que supone tener trabajo y casa, apenas hay nada.

Sentimos una bofetada cuando la realidad deja de sernos cómoda y lejos de dirigir toda nuestra energía y nuestra imaginación a buscar acciones que nos permitan sobrevivir, solemos quedarnos demasiado tiempo lamentándonos, aferrados a la idea de que al final sucederá un milagro o de que deben ser otros (el estado, los políticos…) los que tienen que venir a solucionarnos el problema.

Proponemos que lo que hay detrás de la perecepción de injusticia que solemos tener ante la sensación de desprotección es eludir la responsabilidad de nuestras vidas.

Es el momento de replantearnos nuestra escala de valores. ¿soy algo más que lo que tengo?, ¿elijo la vida que llevo o me dejo llevar?, ¿mi vida tiene un propósito o solo sobrevivo?

La respuesta sin palabras la podemos encontrar por ejemplo en la sonrisa de la joven que canta a diario en los vagones del metro con voz de soprano para recoger unas monedas. Sin duda su situación es dramática, pero lo que nos ofrece es lo que a ella le hace feliz: su vocación como cantante. Quizás ella valore más su satisfacción personal que un techo y eso sea precisamente lo que la permite ser capaz de hacerse cargo de su propia vida.