La vida y la muerte

Al final de nuestra existencia física lo llamamos muerte. Unas veces nuestra vida se acaba y nuestro cuerpo físico desaparece y otras veces nuestra vida se termina pero nuestro cuerpo permanece aquí. Lo que sucede es que sólo lamentamos y celebramos la muerte del cuerpo. Entonces hablamos de pérdida y lo vivimos como una tragedia, en cambio las otras muertes propias y ajenas no merecen nuestra atención y las vivimos con resignación. Esto es lo que hemos aprendido a hacer.

Lo decíamos hace poco: ¿no estamos muriendo ya día a día?, ¿es menos dolorosa esta muerte porque al ser tan lenta nos va anestesiando?. (“El cambio nos conecta a la vida”).

Aprendemos desde pequeños que los cambios en la vida no son buenos. Sin embargo todo el Universo es cambio. Las estrellas al final de su vida pueden convertirse en un agujero negro, o una supernova. El árbol empieza a morir por dentro hasta que cae y se reencarna a la primavera siguiente porque sirvió de abono. Pero entonces, si la muerte no es más que cambio, ¿por qué no la llamamos renacer?, pero sobre todo ¿por qué no la vivimos como una transformación y no como un final?

Teñimos de tragedia nuestra desaparición física porque cultural y socialmente hemos vinculado este proceso a sentimientos repudiados como el dolor físico y emocional, la sensación de abandono y el deterioro.

Andrés tenía 23 años cuando murió escalando. Se fue unas vacaciones y no volvió. Seguramente sus padres no soporten la idea de que su hijo sufrió (dolor).

Gloria tiene Alzheimer y desde hace tres años ya no reconoce a sus hijos, la persona que era murió entonces. Es muy posible que su familia viva con dolor su deterioro mental y físico.

Julio ha perdido a su mujer después de 40 años de matrimonio. Ahora él no sabe estar sin ella. Después de un año continua sin querer comer ni hablar. Julio se siente abandonado por su esposa y él mismo decide abandonar su propia vida al dejar de comer.

Perderemos el miedo a la propia muerte física, a la de nuestros seres queridos y a todo tipo de muertes, cuando perdamos el miedo a vivir y cambiar. Y esto sucederá si nos atrevemos a mirar de frente al dolor, al abandono y al deterioro que tanto nos asustan.

Se trata de vivir cada una de estas sensaciones como lo que son: procesos que nos representan y nos definen igual que la alegría, el cariño o la salud. Vivirlos sin juzgarlos ni huirlos, sin tacharlos de indeseables, y sin querer deshacernos de ellos, nos permitirá abrir todos nuestros sentidos y percibir todas las muertes como el fluir que son del propio proceso de la vida. Desde este lugar estaremos atentos a la vida y a la muerte sin asustarnos y entonces podremos comprenderlas y amarlas como dos caras de la misma moneda.