Control y autoestima

Aurora y Juan llevan más de 40 años casados. Últimamente ella se queja de que no aguanta más. Le saca de quicio la cabezonería de Juan, y ambos se enzarzan continuamente en disputas como esta: después de que Juan barra el salón, Aurora ve unas enormes pelusas detrás de la puerta, y le pregunta: “¿has barrido por aquí?”,  a lo que Juan responde rotundamente que sí.  “Es imposible porque sino no estarían aquí estas pelusas”. “Ya, pero yo he barrido y no sé de dónde han salido las pelusas”, “pero tú las ves, ¿no?”, “sí , pero yo he barrido”.

Pueden pasarse discutiendo más de una hora, convencido cada uno de que tiene toda la razón. Sin embargo, todo depende de cómo se mire. De acuerdo que las pelusas están ahí y eso no es discutible. Pero, ¿cuál era la responsabilidad de Juan, barrer o que quede limpio el suelo? Barrer, como él dice, ha barrido, ¿pero eso es suficiente según  Aurora?, parece ser que no, sin embargo sí lo es para Juan. ¿No te parece que no está tan claro quien tiene razón?

Si lo piensas bien, ¿qué más da?. La cuestión verdaderamente importante es:

  • ¿Qué siente que pierde Aurora si reconoce a Juan que ha barrido aunque aún queden pelusas?
  • ¿Qué siente que pierde Juan si reconoce que no ha barrido del todo bien?
  • ¿Por qué es tan importante para ambos tener razón y que el otro se la reconozca?

Aurora y Juan convierten su disputa en una lucha de poder: el que cede piensa que pierde y no soporta la idea de que el otro gane.

Cuando interpretamos las situaciones en términos de vencedores y vencidos, nos limitamos a nosotros mismos y limitamos al otro. Nos restamos valor mutuamente y dejamos de respetarnos. Cerramos las puertas al entendimiento y nos encojemos interiormente.

¿Qué mecanismo inconsciente se esconde detrás de estas batallas cotidianas? La necesidad imperiosa de control. Ambos necesitan tener  razón y sentir que controlan la situación porque se  valoran a sí mismos en la medida que son capaces de “ganar”. Por eso ceder, cambiar de opinión, o conceder al otro parte de razón, se considera “perder”,  y eso nuestro ego no lo soporta.

¿Qué hay realmente en juego en situaciones semejantes? Nuestro sentimiento de valía, lo que solemos llamar nuestra autoestima. Creemos que si dejamos de controlar la situación, dejamos de ser nosotros, y entonces nos contamos la historia de que nuestra autoestima está baja. Pero en realidad lo único que sale dañado de todo esto es nuestro orgullo, y lo que se tambalea es la imagen que queremos dar al otro, y no nuestra verdadera valía como personas.

Nos volvemos controladores por miedo a ser menos que el otro, tememos que nos vea débiles y que por eso deje de respetarnos, cuando en realidad somos nosotros los primeros que dejamos de respetarnos.

El mejor modo de detectar estas ansias de controlar a los demás es preguntarnos de vez en cuando:

¿Qué temo perder cuando siento que necesito tener razón?