Somos hijos del cambio

¿De qué formamos parte? Creemos que todos somos piezas de un puzle y por lo tanto tenemos que encajar. Antes o después, si insistimos, estamos convencidos que lograremos encontrar nuestro hueco, y esta es una verdad que perseguimos.

Daremos con nuestra media naranja, el trabajo ideal, la casa perfecta, nuestra familia maravillosa, y así hasta sentir que hemos alcanzado lo que queríamos en la vida.

Pero suele suceder que cuando hemos encontrado esa pareja, ese trabajo y esa vida perfecta, las cosas no son como esperábamos. Una vez alcanzadas todas estas metas, empezamos a sentir una molestia. Primero suele ser pequeña por lo que nos creemos capaces de ignorarla, pero otras veces el malestar es grande y sucede de repente. Algo que no estaba previsto o sin que ni siquiera suceda algo, nuestra satisfacción, nuestro sentimiento de logro se vuelve gris y cada vez se va oscureciendo más. ¿Qué me está pasando? Esta es la pregunta que nos hacemos entonces.

Pues sencillamente eso, que las cosas no son como las esperábamos. Aunque tengo lo que quería, aunque no puedo quejarme, resulta que no estoy satisfecho. Las piezas del puzle de mi vida parece que no encajan. Y esto no se puede permitir, así que busco cosas nuevas, nuevas metas, nuevas personas, nuevas distracciones… todo nuevo para ver si así, inventándome que empiezo de nuevo, consigo sentirme a gusto con mi vida.

La historia puede repetirse eternamente porque en mis planes no entra el reconocer que no hay piezas que encajar y que mi vida lejos de ser un puzle solo es una sucesión de experiencias, no de metas preestablecidas, no de patrones ideales que he de conseguir a toda costa.

Y si cierro los ojos y miro desde un poco más arriba, me viene la pregunta inevitable: ¿qué soy yo?, ¿acaso formo pate de otro inmenso puzle que es el universo?, ¿acaso yo al completo soy una pieza de ese puzle igual que creí que lo eran todas las partes de mi vida? De nuevo la respuesta que me viene es no.

Este universo no es un puzle donde todo encaja. Porque las piezas no tienen siempre la misma forma. La maravilla de la vida es que cada uno de nosotros y dentro de nosotros cada pensamiento, cada idea, cada situación.. son y somos piezas que cambian de forma continuamente. Nada permanece. Nada es hoy como fue ayer ni será mañana. Ni siquiera nuestra manera de mirar el mundo será la misma siempre. Ni siquiera tus deseos ni los míos, ni lo más previsible sabemos cómo será al final, si nos hará feliz como esperábamos o nos sorprenderá con una enorme desdicha.

¿Cómo puedo vivir entonces segura de nada?, ¿cómo puedo encontrarme tranquila en medio de este continuo cambio? Solamente amándolo. Dejando de luchar para darme y darle forma a todo para que encaje. Renunciando a que nada permanezca.

Si sucede que cuando me sienta a punto de encajar, veo que el lugar donde iba ya no es el que esperaba, entonces es el momento de darme cuenta que una vez más me había ilusionado con tener la forma perfecta, y una vez más me tocará abandonar esta idea y volver a amar la sensación de que nada es del todo como lo veo ni como lo pienso, ni como lo siento.

¿Entones no hay nada que permanezca? Permanece mi elasticidad y la tuya. Se mantiene el continuo movimiento de las cosas y de los acontecimientos como en un baile en el que milagrosamente todo tiene su espacio. Todo sucede y todo se favorece. Todo tiene cabida y nada está bien ni mal. Nada es más importante que el resto, ni tu vida vale más que la mía, ni la mía más que la de mi gato.

Permanece esa capacidad que tenemos todos de amoldarnos como la plastilina al momento presente, a ese espacio que ahora es el que es y en el que nuestra vida está sucediendo sin más.